La ira ¿es buena o mala?
22 de abril de 2021
Paul Ekman, psicólogo investigador, fue uno de los primeros en estudiar las emociones y sus expresiones faciales. Él identificó 6 emociones básicas: miedo, tristeza, ira, alegría, sorpresa y asco. Todas ellas son universales y tienen una función positiva en nosotros.
En el caso de la ira (rabia, enfado), su función positiva es la de impulsarnos a actuar y defendernos de situaciones que podemos detectar que son peligrosas, ya sea fisicamente como psicologicamente. Por ejemplo, una persona con un problema como una fobia, la ira (enfado) le puede impulsar al cambio, a buscar una solución para superar el miedo.
Mario Mikulincer, psicólogo de la Universidad Bar Ilán, realizó un estudio para analizar la respuesta de las personas ante la frustración. Consistía en presentar un puzzle sin solución a los participantes, pero ellos no lo sabían. El resultado fue que aquellas personas que mostraron una actitud de rabia, enfado, persistían más en intentar solucionarlo, mientras que los que tenían una actitud más triste se rindieron antes. La conclusión a la que llegó el equipo de investigación fue que la ira (rabia, enfado) a niveles bajos, dirigida a la realización de una tarea difícil puede ser un factor motivador para conseguir el resultado. Pero cuando la ira no es controlada puede convertirse en agresividad, e incluso violencia. Por eso, es muy importante aprender a gestionarla y que sus consecuencias en nosotros sean positivas.
En opinión del psiquiatra Dr. Carbonell, desde Palma, si consideramos que esta emoción nos domina antes situaciones difíciles y no sabemos manejarla, se recomienda acudir a profesionales de la salud mental para que nos ayuden. El equilibrio de nuestras emociones es necesario para conseguir una estabilidad en la salud mental.

El Dr. José Carbonell, médico y psiquiatra, aborda el profundo sentimiento de odio que muchas personas experimentan tras una ruptura amorosa, especialmente cuando queda una sensación de pérdida, promesas incumplidas y tiempo desperdiciado. Según él, el dolor más punzante no es solo por la ausencia de la otra persona, sino por la frustración de haber invertido tiempo, ilusión y energía en alguien que ya no está. Ver a la otra persona bien mientras uno se siente mal puede amplificar el resentimiento. Sin embargo, Carbonell propone transformar ese odio en un motor de cambio . Invita a utilizar esa amargura como una fuente de fuerza para reinventarse, para cortar los lazos emocionales —las “anclas emocionales”— que siguen atando a quien sufre con su pasado, y así iniciar un proceso de sanación. Para ello, es fundamental llevar a cabo lo que él llama “extinción emocional” : eliminar todo lo que te recuerde a esa persona y lo que pueda perpetuar el dolor. Solo entonces es posible empezar de nuevo y reencontrarse con una versión más fuerte, más consciente y más libre de uno mismo. Carbonell recuerda que en el amor no siempre se gana, pero siempre se aprende . Cada experiencia, incluso la más amarga, te prepara y te fortalece para relaciones futuras. Y si bien el odio puede parecer inevitable al principio, es imprescindible no quedarse a vivir en él, porque —como dice el propio Dr. Carbonell— sobre el odio no se puede construir nada. La clave, finalmente, está en invertir en uno mismo : en la autoestima, en el crecimiento personal, en la sanación emocional. Solo desde ahí puede surgir algo nuevo, auténtico y sano.

El Dr. José Carbonell, médico y psiquiatra, reflexiona sobre un momento clave que muchas personas experimentan tras atravesar una situación dolorosa o conflictiva —ya sea en una relación de pareja, en el ámbito laboral, con amigos o con familiares— y que se resume en una frase sencilla pero poderosa: “He aprendido la lección.” Según Carbonell, este tipo de situaciones enseñan que no puedes vivir constantemente pendiente de resolver los conflictos ajenos ni asumir la carga emocional de los demás. Vivir tratando de que todo el mundo esté bien, o intentando salvar a alguien de sus propios problemas o decisiones, solo lleva al agotamiento, la frustración y, muchas veces, a la pérdida de uno mismo en el proceso. Él subraya que hay una diferencia esencial entre lo que depende de ti y lo que no. Si depende de ti, puedes gestionarlo, cambiarlo, trabajar en ello. Pero si depende del otro, solo puedes acompañar, ofrecer tu apoyo, pero sin perderte tú en el intento. La sobreimplicación puede acabar siendo contraproducente, ya que muchas veces, cuanto más haces por alguien, menos esa persona se responsabiliza de su propia vida. La lección, entonces, es clara: hay que poner límites, por más cariño, compromiso o historia compartida que exista. Aprender que no puedes cargar con lo que no te corresponde también es una forma de crecer y de proteger tu bienestar mental y emocional. Carbonell concluye con una reflexión clave: la vida es un constante aprendizaje, y hay que tomar nota de cada experiencia para no repetir patrones que nos hacen daño. Dar más no siempre significa obtener más, especialmente cuando hacerlo implica perderte a ti mismo.